Pregón Semana Santa 2018

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Excelentísima Alcaldesa de Peñaranda. Presidente de la Hermandad de Cofradías. Hermanos Mayores y Mayordomos de los Cabildos. Cofrades. Autoridades religiosas y civiles. Señoras y Señores, amigos:   Tengo que reconocer que, a pesar de haber acostumbrado al cuerpo y a la mente a enfrentarme asiduamente a la correosa misión de hablar en público, no puedo evitar reconocer que un manojo de nervios recorre el cuerpo de quien desde este atril se dirige a vosotros.  Y es que, hablar ante tu gente, y en este maravilloso teatro, impone. Pues bien… en primer lugar, desearía aclarar que no estoy aquí en condición de profesor, ni de investigador. Tampoco estoy aquí en mi condición de economista, ni siquiera de Peñarandino, estoy aquí en mi condición de cofrade. No esperen encontrarse aquí con un pregonero al uso, pues a parte de no estar acostumbrado, carezco del poso que la edad otorga a quienes generalmente se ocupan de estos menesteres.  Corría el año 1996 cuando, un niño de no más de 7 años, acudía a la antigua sacristía de la Ermita de San Luis, para, siguiendo la tradición, obtener el hábito de monaguillo de la que, con absoluta fidelidad, sería su cofradía hasta nuestros días.  Comienza aquí la historia de un servidor, quien todavía recuerda el olor a la cera de las velas, a madera carcomida y humedad que impregnaba aquel habitáculo dónde, de no proceder de familia carnicera, cualquier niño en dicha edad, saldría disparado ante la estampa de aquella multitud de santos cuyas extremidades en la mayoría de los casos gozaban de una perfecta mutilación fruto del paso del tiempo y  por tanto, de la historia. No puedo pasar la ocasión de recordar así a mis queridas Ramona y Mari, quienes sembraron al comienzo de aquella primavera del noventa seis, con entrega y dedicación, el que tiempo después se convertiría en el fruto; La devoción a Nuestra Señora de la Piedaddel que desde aquí les habla.  Tampoco puedo pasar por alto la retahíla diaria de oraciones qué, junto a mi abuela, minutos antes de dormir, repetíamos una y otra vez, cual mantra, mientras pasábamos de una estampa a otra (el Jesusito de mi vida, el Adórame usted Cristo, el cuatro esquinitas,…). Estas oraciones, dotaban al niño, que ya se iba haciendo mayor, de la protección y seguridad que la Fe, junto al amor incondicional a aquel Jesús yacente en brazos de María, lo convertían en una persona infinitamente más fuerte.  Y es que, queridos amigos, si algo añoro en esta pasajera situación de desierto en la que me encuentro, es la fuerza y la confianza de la protección que los cristianos obtienen diariamente de Dios.  Pues, a fin de no escandalizar al respetado que hoy aquí hacéis el esfuerzo de entenderme, diré que, ya Unamuno, en “La Oración del Ateo” comenzaba diciendo algo así como:  Oye mi ruego Tú, Dios que no existes, y en tu nada recoge estas mis quejas,… Es decir, a la vez que reconocía su propia incredulidad, hablaba nada menos que a Dios, de tú. Pero, dejando a un ladolos desvaríos existencialistas, retomaremos ahora aquí la historia de aquel chaval, que ya no tan niño, a quien le entraban un racimo de nervios en el estómago nada más salía de las clases de mecanografía, que se impartían en “El Comarcal”, y escuchaba de camino a casa, las marchas interpretadas durante los ensayos del invierno de la Banda de Tambores y Cornetas de la Hermandad de Cofradías.  Estos, no eran más que los preliminares de aquella semana dotada de un magnetismo especial, no más que la emersión de un magma de ansiedad e incertidumbre de dimensiones espiritualmente desmesuradas.  Con la presentación del cartel anunciador, el premio nacional de poesía y el pregón (quién me iba a decir que iba a estar yo aquí), comenzaban los actos que alarmaban del venidero acontecimiento. Y aquí, aquí es donde verdaderamente comienza mi singladura, la cual, no es fácil de resumir ya que son muchos los recuerdos que me vienen, siempre positivamente, a la cabeza. Con anterioridad al Domingo de Ramos, comenzaba ya a sentir los vaivenes de la Semana Santa mientras acudía a los ensayos del paso de la Piedad, que servían como cuenta atrás y dónde, junto con Vanesa, Almudena, Paco, Roberto, Miguel, Pedro y de más familia, pasábamos algunas noches de primavera entre discusiones y aportaciones a fin de que todo estuviese a punto para lucir el paso. Pasaban así las semanas hasta la llegada del primero de los días Santos.  El Domingo de Ramos, sobre las ocho de la mañana, yo, y entre otros Pedro Cano, Jacinto, Sergio, Guiller, Joaqui o Paco partíamos los largos varales de laurel que horas después serían repartidos entre los Peñarandinos para su posterior bendición. Mientras tanto, Moisés remataba el paso de la borriquilla a las puertas de la Ermita, con el objetivo de desfilar anunciando la llegada de la tan esperada semana.El lunes, los nervios se hacían notar, pues nos dirigíamos hasta la cochera de la calle Honda, para transportar algunas de las carrozas que días después desfilarían, sin olvidar la parada obligatoria en el taller de Emi para acondicionar los rodamientos de las mismas. El martes santo, generalmente amanecía con miradas al cielo y esperando que el tiempo respetase la procesión del Humilladero, comenzábamos ya en la parroquia algunos de los preparativos correspondientes al acondicionamiento de las carrozas de la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno. Si bien, no sería hasta el miércoles cuando, acusando catarro y malestar, haría pellas para con las clases de la Escuela Municipal de Música y acudiría nada más salir del colegio hasta la Parroquia de San Miguel Arcángel. Allí me esperaban Marisa, Moisés, Ana, Queta, y Chemita entre otros. A golpe de alambre, tratábamos de convertir la numerosa cantidad de gerberas, en alfombra de los pasos de la cofradía y más tarde, tras la cuidadosa limpieza de las tulipas, remataríamos mediante la aplicación exhaustiva de pronto a las maderas que ornamentaban los pasos.  He de confesar, que este miércoles, mientras todo esto ocurría y, escapando de Don Isidoro, teníamos por costumbre la degustación de huesillos, pastas y limonada en algún rincón de la Parroquia sin, por supuesto, ofender a quienes en aquel momento preparaban el traslado del Cristo de la Cama hasta San Luis. También recuerdo, escaparme junto con Chema para tocar el órgano, siempre con el objetivo de amenizar a los costaleros de Nuestra Señora de la Esperanza quienes con esmero remataban la colocación del palio de su titular. Terminada la procesión del miércoles, en la que solía colaborar transportando la cruz parroquial o los faroles, era momento de descansar, aunque no por mucho tiempo. El jueves, preparábamos el calvario por la mañana; Tomás, Paco, Sergio, Miguel, a base de cardos y plantas de diferente índole recogidas por nosotros mismos días antes en la finca de “Pajarilla”. Asimismo, por la tarde, acudíamos a los oficios, dónde el “PangeLingua” creaba el clímax necesario para preparar a cuantos allí estábamos para vivir los intensos eventos que iban a acontecer. Tras los oficios, visita de las iglesias y a descansar, pues todavía no teníamos la oportunidad de vivir la procesión del encuentro, que ya comenzaba a ser objeto de reincorporación para la Hermandad de Cofradías.  Llegado el Viernes Santo, el día de mayor movimiento, sin haber pegado ojo en toda la noche, acudía sobre las seis y media de la mañana para estar pendiente de los preparativos del “Via Crucis”, la que siempre consideraré mi procesión, mi momento de mayor recogimiento. Terminado el mismo, preparaba las mejores galas para la vela, donde todavía recuerdo el dolor de los náuticos recién estrenados.  La tarde, tenía dos momentos esenciales, el litúrgico y la procesión del Santo Entierro, en la que el frío acusaba un cola-cao caliente tan pronto con pudiese llegar a casa tras esta estación de penitencia. La procesión del Silencio, en la que también participé durante años como representante de mi cofradía, siempre me resultó conmovedora, al ver como, en mitad del silenció, todos los devotos oraban en forma de salve castellana. El sábado tocaba recoger y esperar al domingo de resurrección. Suponía una mezcla de tristeza y a su vez, un enchufe de satisfacción por ver que todo había salido bien, analizarlo e incluir algunos pasajes en el anecdotario que hoy, brevemente les resumo. La celebración llegaría el Domingo de Resurrección, dónde cada cofradía participaría del encuentro y el emotivo recitar del San Miguel, que creo que es por cierto el único rol que no he desempeñado (y a pesar de mi estatura, creo que no esta uno ya para estos menesteres). Sin ánimo de extenderme, pero sin dejar atrás mi naturaleza, me gustaría hacer alguna reflexión más y es que, tras la llamada del presidente para encomendarme la tan cargada de responsabilidad, tarea de pregonar la Semana Santa de mi ciudad, tuve la necesidad de, como profesional de la evaluación de los quehaceres de nuestros políticos y técnicos, y por supuesto, como profesor, analizar la actualidad de esta festividad.  Me gustaría para ellocitar el libro de Ramón Llull titulado «El libro del gentil y los tres sabios” en el que se hace una llamada al entendimiento, a la concordia entre las diferentes religiones. Y es que, las turbulencias de los últimos meses entorno a los devenires de la Hermandad, me entristecen, y siento que no deben más que hacernos reflexionar sobre la importancia de la convivencia y las buenas relaciones, no sólo de las cofradías entre sí, sino de las diferentes formas de vivir e interpretar una semana de intensa espiritualidad cuyo principal abanderamiento ha de venir de manos del RESPETO. Y es qué, habrá cofrades, que dedicarán esta semana a la reflexión, ha encontrarse bajo el capirote consigo mismos, a realizar propósitos y promesas o simplemente a pasar frío.  También habrá jóvenes que decidan vivir la experiencia de la Pascua. Jóvenes que desearán salir de fiesta o flagelarse a limonadas. Habrá quién participe de los oficios, quién dedique oraciones al Santísimo o quien simplemente acuda el Domingo de Ramos a por un pedazo de laurel a fin de hacer un guiso de conejo.  Y es que a veces, hemos de hacer examen de conciencia y reconocer que se está a Dios rogando y con el mazo dando. Pues como nos indican las sagradas escrituras en Lucas 11:43. “¡Ay de vosotros, fariseos! que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas.” Sin embargo, lo importante, es lograr comprender que habrá… cofrades, jóvenes, niños, adultos, ancianos, religiosos, paganos, agnósticos, gente de izquierdas, de derechas, españoles, extranjeros e incluso ateos cuyo papel es esencial, es parte de esta semana, tan importante para nuestra ciudad y que debe calar en los corazones de quienes participan de los diferentes actos litúrgicos y procesionales con LIBERTAD. Pues no todos amamos, sentimos y oramos de la misma forma, a pesar de que nuestras peticiones tengan un mismo DESTINO. No puedo dejar pasar la ocasión de recordar con afecto a todos aquellos que, desafortunadamente, ya no están con nosotros, pues este año no ha sido fácil. Si bien, no debemos perder la esperanza, que ha de depositarse principalmente en los jóvenes, con la única finalidad de al menos salvaguardar el legado que los que ya no están nos dejaron, y transmitiendo al cielo la despreocupación y la seguridad de que nada va a cambiar y si esto sucede, será para mejor. Me refiero a:Labores como… – Que La Piedad vuelva a lucir su manto colocado de manera precisa junto a las flores que adornan su paso como bien procuraban Ramona y María. Labores como…- Qué nuestro padre Jesús Nazareno sea iluminado como bien procuraba nuestro querido amigo Juan. Labores como…- Que el Santísimo Cristo de la Cama sea aclamado con los enérgicos vivas que en años anteriores exhortaba Guiller.Pero no sólo la muerte debe sustentar la capacidad de marcar los cambios, la Semana Santa de Peñaranda, debe también agradecer y renovarse.  Agradecer a personas como Javier Mesonero y los miembros de la Banda de Tambores y Cornetas de la Hermandad de Cofradías que tantos años llevan haciendo esfuerzos personales y económicos para dar de si lo mejor en estas fechas. Agradecer a los costaleros de Nuestra Señora de la Esperanza, de Nuestro Padre Jesús de Medinaceli, del Santísimo Cristo del Humilladero, de la Virgen de la Piedad por la dedicación de su tiempo a ensayar y preparar las carrozas. También a aquellos que, desplazan con su esfuerzo los pasos con ruedas.  Agradecer a los Hermanos Mayores, a los Mayordomos de los Cabildos, a los cofrades, a los sacerdotes, al presidente de la Hermandad, a los miembros del jurado del Premio Nacional de Poesía, en definitiva, a todos quienes hacen de estas fechas una semana de pasión y celebración de la resurrección de Jesús.  Dejémonos de rencores y colaboremos todos juntos para, desde nuestras posiciones mejorar. Decía Gandhi que:“No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores”. Todos conocemos el esfuerzo que supone, por tanto, no tiremos piedras a nuestro propio tejado, cambiemos las cosas, pero siempre, siempre desde el corazón.  Si algo me ha enseñado la grave situación económica que estamos atravesando en la actualidad, es que, a pesar de haber recorrido muchos kilómetros , al final, si uno no AMA, ya lo dice San Pablo, no sirve de nada. Ayudemos al prójimo, escuchemos a los que nos rodeen y, en caso de debilidad, hagámonos caso a las palabras San Ignacio, quién decía que: “En tiempos de tribulación, no hacer mudanza” Deseo terminar agradeciendo a todos aquellos que desde que vi la luz, habéis aportado y continuáis aportando pequeños granitos de apoyo a fin de hacerme mirar siempre adelante. Asimismo, invito a todos los Peñarandinos y gentes de su Comarca a vivir la Semana Santa desde el RESPETO, la LIBERTAD y el AMOR. Porque, como diría un jesuita, al que constantemente recurro:  “Nunca debéis olvidar que estamos empezando siempre” Muchísimas, muchísimas GRACIAS. 

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